Los principios antes que los métodos

Cuando terminamos la carrera de grado y damos los primeros pasos en la práctica clínica o en el campo del rendimiento, es muy común sentir la necesidad de buscar un “método”. Queremos aprender esa técnica, certificarnos en ese enfoque, encontrar la escuela que nos dé las herramientas definitivas.

Esto no es negativo en sí mismo: los métodos pueden aportar valor, generar comunidad y darnos una caja de herramientas. El problema aparece cuando creemos que un método es la respuesta universal y olvidamos que lo que realmente debe guiar nuestro trabajo son los principios fundamentales.

 


El riesgo de la “receta”

Cuando alguien trabaja solo con un método, tiende a repetir protocolos sin cuestionar demasiado. El resultado es un abordaje rígido, que puede servir en algunos pacientes, pero que falla estrepitosamente en otros.

Por ejemplo:

  • Un método puede decirte que para el dolor lumbar el paciente debe hacer estiramientos y manipulaciones vertebrales. Pero… ¿Qué pasa si ese paciente que normalmente va al gimnasio 2 veces, de golpe comenzó a ir 3 veces y a trotar 2? Sus tejidos están preparados para soportar esas demandas?

  • Otro método puede indicar que ante una lesión de rodilla siempre se comienza con isométricos. Pero… ¿Qué pasa si ese paciente tiene una tolerancia inicial muy alta y necesita estímulos dinámicos desde temprano?

Si trabajamos solo desde el método, corremos el riesgo de encajar al paciente en la técnica, en lugar de adaptar la técnica al paciente y actuar con criterios propios.

 


Los principios como brújula

Los principios no son recetas, sino leyes generales que nos permiten analizar y comprender cualquier situación clínica o deportiva. Conocer a fondo la anatomía, la fisiología, la histología, la biomecánica, la endocrinología, la física, la química y los principios del entrenamiento es fundamental para trabajar con pacientes y atletas de manera precisa y efectiva.

 


Métodos como herramientas, no como dogmas

Un martillo es útil… siempre y cuando lo que tengas enfrente sea un clavo. Pero si solo tenés un martillo, todo empieza a parecerse a un clavo.

Así pasa con los métodos:

  • Método A puede dar herramientas excelentes para mejorar la movilidad.

  • Método B puede organizar muy bien la progresión de cargas.

  • Método C puede enseñar estrategias de control motor.

Todos pueden servir. Pero ninguno es suficiente por sí solo y menos aún si no entendemos porqué estamos aplicándolo.

 


Un cambio de filosofía profesional

La verdadera madurez profesional aparece cuando dejamos de preguntarnos:

  • “¿Qué método uso?”
    y empezamos a preguntarnos:

  • “¿Qué principio debo aplicar en este paciente, en este momento?”

Esto cambia todo:

  • Nos volvemos más flexibles.

  • Podemos fundamentar lo que hacemos.

  • Dejamos de depender de modas.

  • Y lo más importante: nos enfocamos en generar adaptaciones reales en los tejidos y en el movimiento de las personas que atendemos. Es decir, en mejorar una función


En la práctica clínica y deportiva

Un deportista que se prepara para volver a saltar después de una tendinopatía rotuliana no necesita un método específico, necesita que entendamos los principios:

  • Primero entender los fundamentos de la aparición de sus síntomas
  • Luego comenzar con el control de cargas
  • Aplicar de manera progresiva carga isométrica e isotónica lenta y pesada (HSRT)
  • Progresar en cuanto a la correspondencia dinámica con saltos y pliometría.
  • Y en el camino, variabilidad e individualización según su dolor y su contexto.

Lo mismo ocurre con un adulto mayor que quiere volver a caminar largas distancias: no hay receta mágica. Hay que aplicar principios de fisiología y del entrenamiento para alcanzar dicho objetivo.

 


Conclusión

Los métodos cambian, se ponen de moda y luego se olvidan. Los principios permanecen.

Si queremos crecer como profesionales y realmente ayudar a nuestros pacientes y deportistas, debemos poner los principios antes que los métodos. Así, cualquier técnica deja de ser una receta y se convierte en una herramienta poderosa en manos de alguien que sabe hacia dónde va.